Crítica «La Trinchera Infinita» | La trinchera no sólo está en primera línea de guerra sino también en los pueblos, en las casas, y aún todavía más en la Andalucía más profunda de los años cuarenta

No te pierdas...

Carmen Urquizar
Carmen Urquizar
Graduada en Comunicación Audiovisual. Máster en Periodismo Digital y Nuevas Narrativas. Cinéfila. Me encantan las películas de autor y el cine español.

La Trinchera Infinita no podía llegar en fecha más atinada que esta. Coincidiendo con la exhumación de lo que quedaba bajo tierra del dictador y genocida Francisco Franco, ya que a ras de suelo los restos aún perviven, y el linchamiento de imágenes al que estamos sometidos por medio de los medios de comunicación de la extrema violencia que viven las gentes y las calles catalanas, por lo tanto, las españolas, en plena democracia, se estrena en cartelera nacional una de las películas más crudas y exquisitas que se hayan hecho jamás sobre la guerra civil española. Un periodo oscuro e incómodo que se ha reproducido ya otras veces desde perspectivas muy distintas en el cine español: desde la ciencia ficción en El Laberinto del Fauno, Guillermo del Toro (2006) hasta los Girasoles Ciegos, José Luis Cuerda (2008) con la que comparte cierta premisa: el encierro. Y nombro estas dos por hacer mención a algunas de las más recientes.

En esta película, basada en las historias reales de “los topos”, personas contrarias al régimen franquista que se vieron obligadas a vivir hasta 20 y 30 años escondidos en pequeños cubículos en condiciones infrahumanas, no hay lugar para la tranquilidad. Para la tregua. Desde el comienzo de la misma, una cámara al hombro acompaña a Higinio (Antonio de la Torre) escapando de la guardia civil. Y desde ahí, hasta el final, la desaparición del miedo es pura quimera. Si de algo trata la película de manera transversal es del miedo, del verdadero terror a ser visto, oído y sobre todo traicionado por tus iguales, tus vecinos, tus hermanos (“Ya no confío en nadie”), porque no hay que olvidar que lo que hace más dolorosa a esta guerra que a ninguna otra es su carácter fratricidio. Miedo a ser desmantelado de tu propia casa, a ser humillado, fusilado. Olvidado y enterrado (Quién sabe dónde).

A través de las ventanas, las cortinas, las mirillas y los huecos vive Higinio su existencia. Acorralado. En cautiverio, sin más contacto con el afuera que Rosa, su mujer, y todas aquellas fotografías, revistas y emisiones de radio que llegan a convertirse en su baliza, en su medio de acceso a esa realidad que le es tan ajena. Al estar contada desde el punto de vista de Higinio, acabamos metiéndonos en su pellejo y viviendo el miedo en carne propia, algo a lo que contribuye de manera prodigiosa el sonido estridente y ensordecedor. Con cada disparo o golpe en la puerta experimentamos el pánico y el pavor de Higinio. La película está llena de momentos muy trágicos, los cuales Antonio de la Torre conduce de manera maravillosa, y es que la trinchera no sólo está en primera línea de guerra sino también en los pueblos, en las casas, y aún todavía más en la Andalucía más profunda de los años cuarenta.

Una trinchera en la que también se condena, por amor, Rosa. Interpretada de forma mayestática por Belén Cuesta, es tan sufridora como Higinio al convertirse la mentira en su rutina, hacia dentro de la casa y hacia afuera, y al renunciar a una vida. A un sueño, formar una familia y ver el mar. Es Rosa quien soporta vejaciones, malos tratos e incluso violaciones. Siempre hay que ser fiel a la Historia, al contexto, por eso una mujer andaluza de la década de los cuarenta no podía ser de ninguna manera una mujer libre, pero el cine sí tiene en su mano la posibilidad de centrar aún más en el relato la figura de esa mujer valiente, luchadora hasta la extenuación, quien, junto a miles y miles de mujeres, soportaron en sus hombros todas las disparatadas y cruentas acciones de los hombres. De la Historia con mayúsculas. Con ello no quiero decir que Rosa esté ausente en la película, nada más lejos de la realidad, pero continuando el pacto de silencio patriarcal, a veces se omite la reflexión a cerca de qué manera ha influido la masculinidad en la deriva de nuestra Historia.

La Trinchera, a parte de ser una historia de miedo, es también una historia de amor. “Habéis cavado vuestra propia tumba”, les dice en un momento el hijo de ambos y no miente. Por amor, Rosa se entrega por completo al encierro de Higinio enjaulándose ella también desde esa decisión. Pisar las baldosas de la plaza o respirar aire puro no es sinónimo de libertad si la sombra de la muerte de tu marido es tu fiel compañera. Los abrazos y las miradas en las que se funden son difíciles de olvidar, así como sus encuentros silenciosos y abrasadores entre tanto sufrimiento y dolor. Por eso mismo, no entiendo cómo en una historia tan bien construida hasta el último detalle, puede incluirse una escena de violación que no aporta absolutamente nada. Aquí veo un exceso mal logrado por parte de los guionistas.
Una muy buena película que no entiende de equidistancias, y a diferencia de la didáctica Mientras dure la Guerra, es valiente y se posiciona. Capta la realidad de la guerra de manera fidedigna, verosímil. Desde las tripas. No se detiene en entender la humanidad del dictador, sino que lo retrata de la forma más plausible. Aquí veo denuncia, no demagogia. Veo un relato político.

Una historia de Andalucía, con actores conservando el acento andaluz y bebiendo directamente de las raíces, escrita por dos vascos (Luiso Berdejo, José Mari Goenaga) y financiada por el País Vasco, la Junta de Andalucía y Televisión Española, entre otros. Un ejemplo de diálogo, de proyecto transversal que demuestra que la cultura y el cine serán los encargados de hacer el trabajo de memoria histórica si las leyes y el gobierno deciden olvidar.

Por JAVIER HURTADO TORRES (@javierhrtdo)

- Entrevistas -spot_img

Puede que te interese...

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su nombre aquí
Por favor ingrese su comentario!

- LCDM TV -spot_img

Última hora