Un diván á Tunis (Arab Blues), primera película como directora y guionista de Manele Labidi, retrata la vuelta a Túnez, desde Francia, de la psicoanalista Selma Derwish (Goldshifteh Farahani). El regreso a su ciudad natal, motivado por la necesidad de cambiar de aires, supone un constante enfrentamiento entre su forma de ver la vida y la idiosincrasia tunecina post Primavera Árabe.
En una pequeña habitación situada en la azotea de sus tíos, Selma decide instalar la consulta y comienza, con la ayuda de una peluquera cual relaciones públicas (y, más tarde, cliente), a hacer terapia a decenas de ciudadanos. Todo se complica cuando Naïm (Majd Mastoura), un inspector de policía, descubre las irregularidades burocráticas que la psicoanalista comete. Este se convierte en su principal amenaza y ella tendrá que salvar su trabajo, nadando continuamente a contracorriente. Justamente la inteligencia, aplomo y decisión que caracterizan a Selma será los rasgos que seduzcan a Naïm.
Pero el largometraje no es una comedia romántica; se trata de una comedia dramática amable con un guion inteligente que muestra la situación político-social del norte africano desde un punto de vista ameno y entretenido. Quizá la cinta retrata una realidad, más que denunciarla y, en todo caso, la crítica está integrada en el papel de la protagonista, quien se siente ajena a la cultura de su ciudad. Un personaje misterioso que muestra lo necesario para conseguir la empatía del público. De hecho, como espectadores, al igual que Selma, nos sumergimos en la mente de los pacientes, dejando los gustos o conflictos de ella en un segundo plano. Asimismo es un film de personajes donde los secundarios siguen patrones de personalidad ya asumidos por todos, lo que permite entrar en su juego rápidamente.
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