Hoy nos ha dejado Robe Iniesta. Y duele. Duele porque Robe era un tipo que hacía que todo lo que sentimos tuviera un sonido, un grito, un verso y un silencio que nos atravesaba. Se ha ido alguien que convirtió cada palabra, cada acorde, en un pedazo de nosotros mismos.
Desde Plasencia, con una guitarra medio rota y unas pesetas recogidas entre amigos, empezó a escupir lo que sentía. Vendían el primer disco de Extremoduro a mil pesetas. Cuando la gente les pedía el disco, decían que se lo darían cuando lo grabasen. Poco a poco, con paciencia y con la rabia como motor, recaudaron 250.000 pesetas.
Con esos humildes comienzos nació Extremoduro — una banda que desafiaba la industria, que no pedía permiso — que sacudió la música española. Su “rock transgresivo” era una descarga directa contra el conformismo. Usaban palabras que otros no se atrevían a pronunciar, peleaban cada verso como si fuera un desafío a la vida, y en esa intensidad arrastraban a todos los que les escuchaban.
Su música no estaba hecha para sonar bonita; estaba hecha para sonar verdadera. Canciones como Ama, ama y ensancha el alma o Jesucristo García golpean desde lo visceral, con guitarras que parecen discutir entre sí y letras que entran donde les da la gana. Una mezcla de calle y filosofía, sudor y trascendencia. Cada frase era un pacto con la vida: podía romperte y levantarte al mismo tiempo, y tú lo sabías
Robe era de pocos amigos, aunque irónicamente muchos hoy le lloremos como tal. El tío divertido, el rebelde. Un tipo que podía ser feroz y vulnerable al mismo tiempo, que se reía mientras gritaba y nos enseñaba a amar con la misma intensidad que temblaba él sobre el escenario. Nos enseñó que las heridas podían convertirse en música, que la vida aunque dura podía cantarse con furia y ternura a la vez
La voz que nos acompañó siempre
Robe mantuvo esa voz áspera y sincera hasta el final. Tras la disolución de Extremoduro, su carrera en solitario demostró que su grito no se apagaba: evolucionaba, se hacía más profundo, más íntimo. Con Mayéutica (2021) encontró un cauce personal: un trabajo concebido con alma de sinfonía introspectiva, cargado de matices y de referencias propias, que lo situó en un nuevo lugar artístico. Con Se nos lleva el aire (2023), volvió a sacudir el aire con guitarras, violines y letras que rozan la crudeza de lo real.

En 2025, con la canción Caída Libre junto a Leiva, volvió a mostrarnos su honestidad: tardó en aceptar, revisó, reinterpretó, y al final entregó su voz con la misma verdad de siempre. Ese era Robe: un hombre que no entregaba nada por compromiso, sino solo por amor a la música y a la emoción.
Nada de esto suena lejano. La misma voz que podía rugir y hacer temblar un estadio podía susurrarte y quebrarte. Esa voz sigue en el aire, en nuestras calles, en los recuerdos, en cada corazón que hoy llora por su partida.
Robe Iniesta: un hombre en cada verso
Robe era Robe: guerrero, rebelde, salvaje. Un tipo que se entregaba entero, que se partía las venas por cada palabra, por cada verso, por cada nota. Nos enseñó que vivir intensamente no es una elección, sino la única manera de hacerlo bien. Que sentir sin miedo es un acto de rebeldía.
Desde Plasencia, su tierra natal, ya se han decretado tres días de luto oficial. Pero lo real está en quienes llevamos sus canciones metidas en la vida sin darnos cuenta, en los niños que tararean sus versos desde el asiento de atrás del coche, y en quienes ahora solo podemos soñarlo. Entre los que lo sienten, los que rieron, lloraron o se golpearon la cabeza contra la pared con su música, Robe estaba en todos nosotros.
El legado de vivir sin concesiones
Robe nos enseñó que la vida no se mide en éxitos, sino en la intensidad con la que se siente cada palabra. Su música era filosofía: la belleza en la crudeza, la ternura en la furia, la libertad en el caos. No buscaba agradar; buscaba despertar, y en ese despertar estaba la verdad más honesta: versos que hieren y acarician, que reflejan nuestras sombras y deseos, que nos hacen sentir vivos.
Nos deja la necesidad de vivir sin concesiones. Su guitarra y su voz eran herramientas para explorar la vida en sus extremos, para transformar la rabia en belleza y la tristeza en grito compartido. Esa filosofía, esa poesía, esa manera de enfrentarse al mundo, nos seguirá atravesando, aunque (y aún me cuesta decirlo) Robe se haya ido.
Ahora, todos somos un poco más huérfanos. Huérfanos de alguien que nunca se irá, aunque hoy nos haya dejado solos frente a nuestra propia verdad.
Vuela alto, maestro.
Hasta siempre.
¡Hasta siempre, siempre, siempre!
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