Melendi conquista Starlite Christmas en Madrid

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Hay artistas que uno descubre, casi sin darse cuenta, escuchando la radio y pensando que cantar es algo lejano, reservado a otros. Y luego están los que te acompañan día a día, los que suenan en un bar cualquiera y te enamoras de ellos para siempre. A muchos nos pasó eso con Melendi.

El pasado 12 de diciembre, en el Starlite de Madrid, el cantante asturiano volvió a demostrar por qué sigue siendo un refugio emocional para varias generaciones. Desde el primer acorde de El parto, quedó claro que no iba a ser un concierto más, sino un recorrido vital: por el amor, los errores, la nostalgia y esa mezcla de ironía y ternura que solo él sabe manejar.

Melendi no canta perfecto, ni falta que le hace. Canta verdad. Sus letras, a veces vulgares, a veces crudas, pero siempre directas, explican la vida como es: con resacas emocionales, con promesas que no siempre se cumplen y con recuerdos que duelen. Canciones como Tocado y hundido, Con la luna llena o Caminando por la vida fueron coreadas de principio a fin por un público entregado que no necesitaba presentación.

Entre tema y tema, el artista se permitió hablar, reflexionar y bromear. Recordó cómo, cuando era más joven, le atraían “otro tipo de jardines”, pero que ahora, tras pasar tanto tiempo fuera de casa por trabajo, el único jardín al que realmente quiere volver es otro muy distinto. Y entonces, sonaron los primeros acordes de Tu jardín con enanitos, una de las canciones más coreadas esa noche.

El concierto avanzó: Un violinista en tu tejado, Barbie de extrarradio, Desde que estamos juntos, La promesa, Un recuerdo que olvidar. Canciones que forman parte de la memoria colectiva y que, escuchadas en directo, cobran una dimensión distinta. Porque Melendi no solo canta: confiesa, se expone, se equivoca y se ríe de sí mismo.

Hubo espacio para la fiesta (Mi rumbita pa tus pies, Cheque al portamor), para la reivindicación y el recuerdo de un grande (Arriba Extremoduro) y para la melancolía con Canción de amor caducada y Lágrimas desordenadas, que cerraron la noche dejando esa sensación agridulce que solo provocan los conciertos que importan.

En Starlite no hubo artificio innecesario. Hubo canciones, historias y un público que cantó cada verso como si fuera propio. Porque al final, como dijo sin decirlo, sobrevivir ya es bastante. Y si es cantando juntos, mejor.

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