Querido Pablo, el corazón helado de Madrid nos trajo un abrazo de reencuentro de dos personas que se miran en la música, que se encuentran en la palabra y que se arropan en el silencio. Mientras te esperaba y miraba hacia atrás en el tiempo, eso tan típico en estas fechas, y pensaba que he estado presente en todas y cada una de las hojas anteriores, y ayer al volverte a mirar , supe de nuevo que eras el mismo.
Hoy la música es feliz, pero esa música que a ti y a mí nos gusta. Esa niña de grandes ojos marrones que simplemente quiere ser libre y contar, cantar, narrar, susurrar y sonreír son sensaciones que son únicas y universales, que son de todos pero nacen de tus manos y se escriben en el piano de tu corazón o en la cuerdas de la guitarra de tu alma.
Me cuesta hablarte, en momentos «sprint» como ayer y por eso me refugio en mi «hoja particular» para conversarte yo esta vez a mi manera. He devorado todas y cada una de estas canciones , he intentado ponerme «el traje» de tu alma y es reconfortante la luz, la fiesta y la celebración de vida de la que has vestido tu discurso musical.
Es un disco que sabe a concierto, que late en abrazos y que se siente fuerte. Es tu manera de gritarle a la noche que la luz, llegará siempre en la mañana. Canciones que sanan, refugio de almas que sólo quieren «batir sus alas» de mariposa, mientras su yo de niños siguen siendo soñadores entre «castillos de arena» y se convierten en enemigos «voraces» del olvido.
Has conseguido elevar la fineza musical de tu propio adn a límites insospechados. Es un disco que te abraza lentamente, canción a canción te arropa, te susurra, te sonríe, hace que suspires en una cuenta atrás de sueños imposibles, donde las canciones ya han dejado de ser únicamente tus «amigos» para convertirse en banda sonora tatuada de nuestra vida. En el confetti final … silencio.
Ese silencio que sabes que tanto me gusta describir y en que en cada letra se esconde deja muy claro tu mensaje, ha llegado la hora de alzar la voz por la libertad, por comernos la vida a bocados y que las cosas se llamen por su nombre. En estas canciones Alborán cierra los ojos y Pablo mira directamente al corazón de su público.
A nivel compositivo se palpa la felicidad divertida del que se atreve a jugar con armonías, sonidos y sentidos que asienten su identidad pero que a la vez lo alejen de la zona de confort. Pablo, has logrado crear un disco por el mero hecho del disfrute musical, sin prisas, sin compromisos, sin porqués, dejando que las estrofas fluyan, que los conciertos sucedan, que los silencios de furgoneta te arropen , y que incluyo porqué no, que volver a empezar también sea una manera de sentirse muy vivo.
Siento un orgullo especial al verte escribirle al tiempo entre tus páginas, a darle a la música ese sentido coherente que muchas veces necesita, esa realidad y rebeldía de los talentos únicos donde ella siente feliz y segura, donde esencialmente es libre.
La producción, otro aspecto vital y monumental de este disco, viste de una sencillez compleja cada una de las canciones, a pesar de que entre ellas hubiera en algunos casos una considerable distancia temporal de estreno no se entienden las unas sin las otras. Nos llevan, nos conducen entre ellas a armonías esenciales y a la luz que quiere transmitir entre acordes esta brillante «cuarta hoja».
En una noche fría sin más calor que el humano, veía la luz la cuarta parte de tu suerte, entre luces y sonidos con sabor a tren de despedida recibíamos en un abrazo infinito un disco que ya no es un «ave de paso» entre tus manos sino un amigo que te abraza como si fuera la primera vez.
Has disfrutado, has jugado y has soñado con la música que más te gusta sin preguntarte el porqué, eso amigo mío se llama magia. Y ahora nos toca a nosotros, a esperar tu rúbrica en el tiempo, tu directo que ya es presente y quien sabe, ojalá, podamos volver a conversar en el mañana. Mientras tanto el sonido de mi silencio ya lleva tatuada la sonrisa de «tu cuarta hoja». ¡Qué viva la música, la tuya!. Hasta pronto.