Pablo Vierci nos presenta «La sociedad de la nieve»: «Es un viaje más allá de la frontera de la vida y de la muerte»

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David Fraile
David Fraile
Fundador y director de lacajadmusicatv.com - Periodista , historiador del arte y devorador de libros. Coleccionista del universo Pixar.

Hay historias que te cambian la vida, hay silencios que te marcan el presente y te crean los recuerdos del futuro, hay fríos que a veces congelan el alma y hay miradas que saltan de las páginas de un libro para refugiarse en la mirada de unos actores que volvieron a volar, a sufrir y a vivir en el talento hipnótico de un genio que concibe el arte como una obra de arte.

Hablaba, conversaba hace unos días con Pablo Vierci, el guardián y escribano de «La sociedad de la nieve» sobre una historia que ha trascendido el cielo de los Andes y ha llegado en la noche de los tiempos hasta nuestros días para recordarnos que el aire individual de nuestra sociedad, que nuestro egoísmo existencial moderno se diluye como azucarillo ante un relato, una verdad, una historia real, una esencia esencialmente humana, que sin «el/la otro/a» no podremos sobrevivir.

El talento periodístico, literario de Pablo Vierci está fuera de toda duda. El presta sus palabras y su energía para los que regresaron pero también en la memoria del viento de los que se quedaron arriba. Es testimonio veraz, una crónica de un ejercicio humano infinito, un reflexión a veces directa, a veces indirecta de lo existencial que con sus palabras hace que estés en el último asiento de aquel avión sintiendo su miedo, escondido en la última sombra para que la muerte con sus dedos no te alcance , y rezar el rosario del recuerdo cada noche.

Pero «la sociedad de la nieve» es mucho más. Es un puzzle emocional, más que la parte mítica de la historia es la sensación de conjunto, como los unos son indispensables para la los otros, y los otros para los unos, ese banco de peces que se arropa cuando se ve amenazado ante los dientes del escualo más terrible, la muerte.

Pablo, como autor presta su alma y sus frases de manera inconsciente. En sus palabras resuenan el eco de voces, pensamientos vitales de cada uno de los protagonistas, de los que están y de los que se fueron, pero en el fondo retrata con maestría el silencio de la montaña y del viaje a lo desconocido, ese silencio que Bayona dibuja a través de sus ojos y de las imágenes que convierten en una obra de arte lo vivido, lo narrado, esa mirada profunda de lo que se ve y lo que no se ve.

«La sociedad de la nieve», no es un libro, no es una película, no es una sola historia … es simplemente arte, un arte sublimado, un dibujo de la frontera del bien y del mal, donde la única creencia, la única fe, es del que te mira a los ojos en aquel lugar.

¿Cómo puedo resumir el libro o la película de Bayona y su «familia»?, ¿cómo puedo tratar de describir lo que sentí en esta conversación?, pues que sea el propio Pablo Vierci en la página 269 de la novena edición te lleve a ese viaje, en unas palabras que créanme no olvidarán.

Cuando me hablan del tema me pongo tenso. Se ve que quedó alguna fobia o algo oculto en mi psiquis, que no sé lo que es. Al final la gente me ha dejado tranquilo, porque quién va a querer entrevistar a una persona que no quiere hablar y que desmitifica todo lo que vivió, o que los manda a hablar con un primo inexitente, al que buscan y nunca encuentran. A nadie le sirve. Sólo a mí, porque al fin he logrado que me dejaran más tranquilo. ¿El teléfono de mi primo?, me preguntan. «No sé, ¿buscaron en la guía?…

Qué raro, tal vez cambió de número para que lo dejen en paz, porque debe de estar abrumado con tanta expectativa que despierta.» Pero si los amigos de la montaña me piden algo, lo hago sin titubear. Hago todo lo que el grupo de los Andes me pide. A veces me dicen que vaya a una reunión, y como saben que no hablo, voy, me quedo calladito, acompaño, pero sin abrir la boca. Cuando se racionaliza lo que sucedió, y se habla de los roles que cada uno desempeñó, se pueden hacer muchas elucubraciones. Entonces vienen algunos amigos de la montaña y me dicen, con mucha ternura, que yo, con mi indiferencia respecto a mi persona, los ayudé a ellos, porque los motivaba a cuidarme, como quien cuida a un hermano menor más vulnerable, les daba motivos para resistir porque también debían cuidarme a mí.

Pero yo creo que son racionalizaciones de los amigos, que las hacen porque me quieren. Lo real es que yo no estaba preparado para caerme de un avión en una cordillera, comer gente muerta, soportar treinta grados bajo cero, con veinte años de edad. Pero ¿quién lo está? Por eso viví en el borde, durante setenta y dos días. Pero ese límite en el que me moví, esa línea tan tenue, curiosamente, fue suficiente para sobrevivir. Eso es lo paradojal de todo esto; otros que dieron todo de sí, que hicieron los mayores esfuerzos por salvarse y salvar a los demás, no lo lograron, mientras que yo, con el mínimo indispensable, sí lo logré. ¿Por qué? No tengo la respuesta.

Nunca la tuve ni jamás la tendré. Por eso un día dejé de formulármela, porque me mortificaba demasiado. Todos los días le decía al grupo de amigos allá en la cordillera que si no aceptaban que yo viviera en esa línea del borde, que me echaran, que me arrojaran fuera del fuselaje, que hicieran conmigo lo que quisieran o lo que necesitaran. A mí no me importaba, estaba preparado para esa contingencia. Pero así como les ofrecía eso, también les pedía lo contrario, que no me exigieran más de lo que estaba preparado para dar. No porque no quisiera hacer más, sino porque no podía.

Y el grupo no sólo no me expulsó, sino que tampoco me exigió más de lo que yo podía dar, y me acogió en su seno, y me dio todo lo que necesitaba. Por eso últimamente me ha dado por pensar si yo en verdad, como ellos mismos me dicen, no les habré dado algo también, algo que ni yo mismo sé de qué se trata, porque si no fuera así, ¿por qué me acogieron con tanto cariño y dedicación? ¿Por qué se preocuparon por taparme con las mantas en las noches congeladas cuando ni yo mismo lo hacía? ¿Por qué Daniel pasó tantas horas masajeándome los pies para que no se gangrenaran, simplemente porque los había dejado en el hielo, porque no tenía interés en protegerlos? ¿Por qué me quieren tanto como yo los quiero a ellos? ¿Cómo soportaron que, en una situación tan extrema, yo fuera tan apático, no con ellos, porque jamás hice nada que pusiera en riesgo la vida de los otros, sino contra mi propia vida?.

Gracias Pablo por ser «caja de música», y nuestro homenaje para los que están y para los que se fueron, para todos los que alguna vez quisieron confesar «que vivieron» y para tí J.A. Bayona por soñar cine en forma de arte, arte para contar la vida y dibujar el silencio.

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