Hay algo en el aire cuando Rosalía decide reaparecer. No es solo música. Es un gesto, una revelación, una liturgia. Hoy, 27 de octubre, a las 17:00, la catalana lanzó “Berghain”, primer adelanto de su cuarto álbum Lux, y con ello desató una ceremonia que va mucho más allá del sonido.
La canción, que toma su nombre de la mítica discoteca berlinesa, es una colaboración con Björk y Yves Tumor. Tres voces, tres idiomas (castellano, inglés y alemán) y una atmósfera que oscila entre lo carnal y lo celestial. “Te follaré hasta que me quieras, quiéreme”, canta Rosalía, un verso que ya ha incendiado las redes por su crudeza y carga emocional. Pero no es solo provocación: es una súplica, una oración invertida, una búsqueda de redención en medio del deseo.
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La espiritualidad como hilo conductor
La espiritualidad atraviesa todo el proyecto. Desde los estilismos blancos, las palomas, las referencias a la Santísima Trinidad por su cumpleaños, hasta el vinilo en forma de cruz que acompañará la edición física de Lux. No es casual. Es una declaración de intenciones: Lux no es solo luz, es revelación. El vinilo, con 18 temas frente a los 15 digitales, se convierte en objeto sagrado, en reliquia pop.Vinilo que tiene forma de la Cruz de Caravaca, es una reliquia de la Cruz donde Jesucristo fue crucificado.
Y como todo acto de fe, hubo lugar de comunión. La plaza de Callao en Madrid se transformó en epicentro de devoción: pantalla grande del cine de Callao, fans expectantes, proyección de la portada del disco, partituras compartidas, himnos cantados en tres idiomas. No era solo marketing: era misa. Una misa contemporánea donde los himnos son electrónicos y las plegarias se cantan sobre un beat.
Tres voces, tres almas: letra y simbolismo
La letra de Berghain es, desde su inicio, un campo de símbolos, lenguas y dualidades. La canción se abre con un coro en alemán:
“Seine Angst ist meine Angst / Seine Wut ist meine Wut / Seine Liebe ist meine Liebe / Sein Blut ist mein Blut”
Que se traduce como: “Su miedo es mi miedo / Su rabia es mi rabia / Su amor es mi amor / Su sangre es mi sangre”. Esa repetición casi litánica introduce uno de los ejes del tema: la identificación total, el vínculo profundo con “el otro”, quizá un amado, quizá un yo interior fragmentado o simplemente un encuentro incluso con Jesucristo.
Luego, Rosalía prosigue en español con versos como:
“Yo sé muy bien lo que soy / Ternura pa’l café / Solo soy un terrón de azúcar / Sé que me funde el calor / Sé desaparecer / Cuando tú vienes es cuando me voy.”
Aquí emerge la ternura, la vulnerabilidad, la auto-revelación. “Solo soy un terrón de azúcar” sugiere dulzura y fragilidad; algo que se disuelve. “Sé que me funde el calor” puede leerse como entrega al deseo o al riesgo. La irrupción de Yves Tumor con el verso “I’ll fuck you till you love me” rompe esa suavidad con un golpe de realidad: lo carnal frente a lo espiritual, el poder frente a la entrega, la súplica frente a la imposición.
En su conjunto, la letra navega entre deseo y redención, entrega y dominio, miedo y amor. El título, Berghain, evoca la famosa discoteca techno de Berlín, pero aquí se transforma en metáfora de un espacio de catarsis: ese “lugar” donde los cuerpos se liberan, donde el ego se disuelve, donde la música se convierte en rito.
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Un viaje visual entre lo divino y lo humano
El videoclip, dirigido por Nicolás Méndez, refuerza esa dualidad letra, músican e imagen con una puesta en escena hipnótica. En él, Rosalía aparece acompañada de una orquesta de luto que la sigue por casas, autobuses y consultas médicas. Lo cotidiano se transforma en liturgia; el ruido del día a día se vuelve plegaria.
Las imágenes religiosas: cuadros del Sagrado Corazón, referencias a la Virgen, conviven con escenas domésticas, mientras la protagonista atraviesa un viaje de purificación. Finalmente, la casa se llena de animales y Rosalía se convierte en paloma, símbolo de liberación y del Espíritu Santo. Es el desprendimiento del cuerpo, de lo terrenal, para alcanzar la vida eterna .
El videoclip alterna lo íntimo y lo onírico, lo individual y lo colectivo, como si la artista caminara entre dos mundos: el del ruido y el del silencio, el mundo y el cielo. No estamos ante una canción “de pista de baile”, sino ante un acto artístico-espiritual, donde la música es cuerpo, espacio y credo.
Vestuario: el rito hecho piel
El vestuario acompaña este discurso con precisión simbólica. Diseñado en colaboración con firmas emergentes europeas, mezcla cuero, látex y transparencias, fusionando lo erótico con lo místico. Los guantes largos, botas altas y capas blancas evocan tanto la estética del club underground berlinés como los hábitos litúrgicos.
Cada prenda parece un manifiesto: el cuerpo como templo o Iglesia, la moda como vehículo del alma. En Berghain, la piel se convierte en confesionario.
Un salto al vacío sin miedo
Rosalía ha dicho que esta es su era “sin miedo al fracaso”. Y eso se nota. En Berghain se atreve a mezclar flamenco con ópera, electrónica con ternura, religión con sexo. Es un salto al vacío con los brazos abiertos, como quien se entrega a lo divino sin saber si será recibido.
Este nuevo capítulo no es solo musical. Es conceptual, visual, espiritual. Y como buena creyente del arte total, Rosalía ha convertido su regreso en un acto de fe. Berghain no es solo una canción: es una epifanía.
Si Motomami fue cuerpo, Lux promete ser alma. Y en medio de esa transición, Berghain se erige como el punto de inflexión: el momento exacto en el que el deseo y la devoción se confunden, donde la música deja de ser un producto para volver a ser experiencia.
Porque cuando Rosalía reaparece, no solo escuchamos. Creemos.




