La nueva película de Alauda Ruiz de Azua ha llegado pisando fuerte a la 73º edición del Festival de San Sebastián, y es que esta película no puede dejar indiferente a nadie. Como bien sospechábamos, se ha alzado con la Concha de Oro a mejor Película.
Cuenta la historia de Ainara (Blanca Soroa), una joven de 17 años que está a punto de graduarse del instituto y de dar el paso a la vida de joven adulta. Llena de miedos y dudas, Ainara camina por un sendero imaginario hacia la vida que quiere, aunque aún no lo sabe.
Lleva desde los 11 años en un colegio religioso y las monjas de clausura son ya parte de su familia. Porque su familia real, la de sangre, la siente algo desestructurada. Sus hermanas aún son pequeñas y no son capaces de entenderla (aunque quizás el problema está en que no se entiende ni ella), su madre falleció hace un tiempo y su padre (Miguel Garcés) puede arruinar a la familia por querer montar un restaurante demasiado pretencioso para él. Por otra parte, su tía Maite (Patricia López Arnaiz), casada, infeliz y con un hijo pequeño, es lo más parecido a la figura materna que tiene desde que su madre no está. Quiere lo mejor para ella y si es capaz de enfrentarse a su hermano, lo hará con todas las posibles consecuencias.
La eterna pregunta, esa que durará todos los siglos que la tierra orbite la galaxia, esa que divide más de lo que imaginamos…¿Dios existe?


El debate entre lo visible y lo intangible, lo que se siente y lo que se quiere, la sobreprotección y el deseo…todo eso será lo que lleve la película hacia un puerto lleno de infinitas posibilidades.
Hay algo que no se puede dejar pasar por alto en esta película y es la maravillosa banda sonora con la que cuenta. Desde «Quédate» de Quevedo hasta «Into My Arms», de Nick Cave. Un amplio abanico de posibilidades de escuchar, ver y sentir la música como un personaje mas en la película.
Me llamó mucho la atención algo que puede pasar desapercibido pero que sin embargo, tiene un trasfondo diferente. El personaje de Mikel, su «amigo», la nostalgia de lo que no ha sido, y probablemente nunca será. La mirada de la tristeza, del saber dejar ir.
Un coro celestial acompaña a Ainara en su camino hacia ser monja, encabezado por una maravillosa madre superiora interpretada por Nagore Aranburu, que, una vez más, deslumbra ante la cámara.
Esta película cuenta muchas cosas, todas con un trasfondo peculiar. Pero hay algo que las une a todas, y es el deseo interior. Cada uno, en su propio universo, tiene algo dentro, que por mucho que le diga el exterior, no logrará cambiar. Porque va intrínseco en el ser de cada individuo. Aunque explote el mundo, aunque la gente este en contra. Ser uno mismo hasta el final.