Reconozco que a veces me da serio pudor tratar de vestir con palabras recuerdos de una noche donde Madrid fue feliz, o contrapeso a las imágenes que vestirán este relato. Lo de Pablo López en concierto es un ejercicio de constante rebeldía, atrevimiento, reinvención de algo que nunca fue lo de siempre, y lo de siempre que se convierte en un gran sueño.
Madrid, tras superar chubascos, fríos y destemples se vestía de chulapa bonita en uno de los parques más hermosos de la capital, allí donde la naturaleza y la música juegan y descansan con un niño que como Peter Pan vuela a lomos de sus recuerdos, sus corcheas forman su sonrisa y las blancas y las negras sus manos de libertad.
Ayer se abrieron los balcones de esas canciones que un día visitamos, un público el de siempre y l@s de siempre que volvieron a convertir su silencio en la mejor de sus palabras. Ayer Pablo jugaba y compartía, cambiaba e improvisaba, ayer transmitía esa felicidad de alguien que se divierte encima de un escenario, esa necesidad casi vital de liberar todos los contrapuntos, armonías, lágrimas y alegrías de su alma.
Esas canciones, su refugio que es el nuestro, saben cada vez de manera distinta. Su «jaula» dejó paso al disfrute de un vuelo hacia el cielo sin miedo a quemarse, de un «Quasi» azul que vino para quitar cadenas y para llegar a «ese abrazo» tan grande que es síntoma de todo lo que puede llegar a suceder.
Y según pasa el tiempo, y escribo mientras recuerdo y escucho mientras siento me doy plena cuenta de la identidad musical que tiene Pablo, ha sido capaz de crear una armonía única, propia e identificativa a base de familia, talento y público. Queda sin duda mucha gira por delante, no es una gira para descubrirlo, es una gira para disfrutarlo, y él lo sabe.
Escribirle, escribirte amigo, es una canción inacabada, es una conversación a medias, un acorde infinito que trasciende más allá de la música, ese silencio que grita y esa «mirada azul» de corazón «rojo» atardecer que la música siente cuando te ve navegar en un escenario.
La música es comunicación, es conexión y eso mas que nunca se está labrando en estos conciertos, donde la palabra deja paso a los acordes y en mitad de todos ellos puede nacer quien sabe una nueva y esperada melodía.
Y ayer aquellos niños que soñaban en la orilla de una playa de Alicante, volvieron a mirar al cielo buscando estrellas, mientras los últimos acordes de «Tu enemigo» se iban desvaneciendo. Se miraron los unos a los otros en silencios y sonrieron.
Ella, la música, mi música, la vuestra, volvió a cogerle las manos a ese niño de pelo rebelde, de cicatrices entre los dedos de horas de vida y le dio un lazo rojo en forma de globo para que no se olvidara de ella.
Le puso la mano hasta que escuchó el latir de su corazón y dijo: «No lo olvides, lo que escuchas aquí, será la banda sonora de mi vida», y le dio quizás en nombre todos, el abrazo más grande de todos los tiempos.
Pongamos que hablo de una noche en Madrid, pongamos que escribí de Pablo López.
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