Como Tazio Nuvolari en el G.P. de Fórmula 1 de Alemania en 1935, presentándose con un coche mucho más antiguo que el de sus competidores, Rayden publica su enésimo álbum sin recurrir a esa gran modernidad a la que parece que está sumida el mundo de la música, pero con la seguridad de estar respaldado por la constancia de su esfuerzo y de su trabajo tras más de veinte años en la industria.
Y es que, lejos de quedarse en una zona de confort que le permitiese vivir de esa fama construida a lo largo de los años, ha decidido huir de ella y dudar de todo, incluso de su propia obra. Porque tras una trilogía dedicada íntegramente a la palabra, – “Antónimo”, “Sinónimo” y “Homónimo” – David ha puesto en tela de juicio todas aquellas connotaciones que le otorgamos a los vocablos, viendo como el castillo de naipes que había construido durante los últimos seis años se le desmoronaba ante sus ojos.
Toda esta idea nace de la conexión que logra hacer el artista consigo mismo durante los peores momentos de la pandemia. Allí es cuando empieza a titubear sobre el significado que arrastramos de las palabras y los conceptos que tenemos asociados con ellas y empieza a trabajar desde cero su nuevo trabajo. Y así es como surge este recorrido de catorce canciones asociadas a sendos conceptos a los que Rayden busca darles su propio valor y a los que ha aunado bajo el título de “La Victoria Imposible”.
Es por eso por lo que tan solo leyendo los títulos de las pistas que dan forma a su nuevo disco nos podemos encontrar con esas palabras a las cuales quiere dar un nuevo significado, como es el caso de “Llanto” o “Sr. Fracaso”, en los que se atreve a validar la pena y tutear a la derrota respectivamente. Pero bajo todas las piezas del álbum se encuentran escondidos esos nuevos valores, como es el caso de la desmitificación de la nostalgia en “Multiverso”, el arte de los matices en “El lenguaje de los coleteros” o la manifestación en favor de la vulnerabilidad en la ya conocida “Calle de la Llorería”. En todas las canciones uno puede sentirse representado y reencontrarse con palabras que quizás había eliminado de su propio diccionario para abrazarlas de nuevo.
Además, ha trasladado la desmitificación de conceptos incluso a las colaboraciones del disco. A pesar de contar con artistas consagrados como Carlos Tarque, Dani Fernández o Nanpa Básico, ha decidido romper con el edadismo e invitar a talentos más emergentes como es el caso de Covi Quintana, Travis Birds o Álvaro De Luna, y suma una de sus colaboraciones más especiales junto a Beatriz Fernández. Todas y todos ellos logran llevar los temas a otro estadio, uniendo sus voces y sus imaginarios para darles forma a siete canciones que apuntan muy alto.
Dentro de esas nuevas catorce canciones nos podemos encontrar con sonidos muy distintos que van desde su esencia más pura, reflejada en “Alma 22”, hasta pistas que pueden hacer estallar festivales como “En el cielo de la boca”. Pero, como no podía ser de otra manera, no se queda fijo en ninguno y transita cual wanderlust por distintos estilos, de ahí que se acerque al bolero en “Castigos Amables” o al reggae en “Mujeryego”.
Un conjunto que encaja a la perfección y que está diseñado por una gran lista de productores: desde líderes de otras bandas como Adrián Quesada (Black Pumas), Víctor Cabezuelo (Rufus T. Firefly), Mapache (grupo de productores liderado por Juan Pablo Isaza, vocalista de Morat) o la propia Covi Quintana, pasando por un nominado al Grammy como Juan Pablo Vega, uno de los culpables del éxito del sonido de Tanxugueiras, Iago Pico, o los latinoamericanos VRB Tunes y Sherman y Fine. Aunque cuenta con Françis Legoffic como principal productor, participando en hasta cinco canciones, de las cuáles David ha coproducido dos y se ha animado a llevar él solo la producción de “Año nuevo chino”.
“La Victoria Imposible” es el paso lógico en la carrera de Rayden, un artista que siempre ha tratado de buscar nuevas metas y no quedarse estancado. Se trata de un disco en el que sigue sin atisbar techo alguno respecto a sus letras, su punto más fuerte, consiguiéndolas mejorar y madurar más aún si cabe; un disco en el que logra dar una evolución notoria respecto a lo musical, rodeándose de otros grandes artistas y productores, sin olvidarse de su banda; y un disco en el que diverge en más estilos a la vez, dándole aún más sentido a ese género propio que ha creado en el cual no caben las etiquetas.
Y la forma en la que Tazio Nuvonari salió vencedor de esa carrera a pesar de no tener un coche más moderno, es la misma forma en la que se entiende este trabajo y, en esencia, la música de Rayden. Un tipo que, tras más de veinte años en la industria y más de un centenar de canciones en su haber, sigue en su línea, torcida, pero siempre hacia arriba.
Alejandro Caballero Serrano
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